¿Por qué les gusta a las mujeres atraer a los hombres y
al mismo tiempo les molestan sus deseos
sexuales?
En eso existe una estrategia
política. A las mujeres les gusta resultar atractivas porque eso les da poder:
cuanto más atractivas son, más poder ejercen
sobre los hombres. ¿Y a quién no le gusta el poder? La gente lucha durante toda su vida por el poder.
¿Por qué queréis dinero? Porque os dará poder. ¿Por qué
queréis llegar a primer ministro o
presidente de un país? Por el poder. ¿Por qué queréis respeto y prestigio? Por
el poder. ¿Por qué queréis ser santos? Por el poder.
Las personas van en pos del poder
de diferentes maneras. No habéis
dejado otras posibilidades de poder a las mujeres; solo una salida: su cuerpo.
Esa es la razón por la que quieren resultar cada día más
atractivas. Pero ¿no habéis observado que la mujer moderna no se preocupa tanto por resultar atractiva? ¿Por
qué? Porque ha iniciado una política de poder diferente.
La mujer moderna se está liberando
de la antigua esclavitud. Se enfrenta al hombre
en las universidades para obtener un título; compite
en el mercado, compite en el mundo de la política. No le hace falta preocuparse demasiado por su aspecto,
por si es atractiva o no.
El hombre nunca se ha preocupado
demasiado por su aspecto. ¿Por
qué? Eso se ha dejado en manos de las mujeres. Para las mujeres, es la única forma de obtener
cierto poder. Y los hombres siempre han tenido tantos recursos que dar una
imagen atractiva parece algo
afeminado, mariquita. Esas cosas son para las mujeres.
Pero no siempre ha sido así. Hubo cierta época en la que
las mujeres eran tan libres como los hombres, y entonces a los hombres les gustaba resultar tan atractivos como a las
mujeres. Veamos el ejemplo de
Krisna, de su retrato, con preciosas túnicas de seda, con su flauta, un montón de adornos, pendientes,
hasta una corona de plumas de pavo
real. ¡Hay que verlo! Es una maravilla.
Corrían los días en los que hombres
y mujeres disfrutaban de absoluta libertad
para hacer lo que quisieran. A continuación sobrevino
una larga época de oscuridad en la que las mujeres fueron reprimidas. Y se produjo gracias a los sacerdotes
y los llamados santos. Vuestros
santos siempre han tenido miedo a las mujeres, porque la mujer parece ejercer
tanto poder como para destruir la santidad del santo en cuestión de
minutos.
Se dice que una madre intenta
durante veinticinco años que su hijo entre en razón, y que de repente aparece una mujer y en cuestión de minutos lo convierte en un
imbécil. Por eso las madres no perdonan a las nueras. ¡Jamás! La pobre mujer
tuvo que dedicar veinticinco años de su vida a darle un poco de inteligencia al
hijo, y en cuestión de
dos minutos... ¡adiós! ¿Cómo puede perdonar a la nuera?
Las mujeres han sido condenadas por
vuestros dichosos santos: tenían miedo de ellas. Había que reprimirlas. Y como
las mujeres estaban
reprimidas, les arrebataron todas las fuentes de competición en la vida, en el flujo de la
vida. Entonces solo les quedó una cosa: sus
cuerpos.
Me has preguntado: «¿Por qué les
gusta a las mujeres atraer a los hombres?». Pues por eso, porque es su
único poder. ¿Y a quién no le gusta el poder? A menos que se comprenda que el
poder solo conlleva
amargura, que el poder es destructivo, violento, a menos que mediante la comprensión
desaparezca el deseo de poder... ¿A quién no le
gusta el poder?
Y también preguntas por qué si
quieren atraer a los hombres les molestan sus deseos sexuales. Pues por la misma razón. La mujer
mantiene su poder siempre y cuando se presente ante ti como la zanahoria ante
el burro: está al alcance, pero no lo está, tan cerca y tan lejos. Solo así
puede mantener su poder. Si cae en tus brazos inmediatamente, el poder se
desvanece. Y en cuanto te has aprovechado de su sexualidad, en cuanto la has utilizado,
se acabó, ya no ejerce poder sobre ti. Por eso te atrae y al mismo tiempo se
mantiene distante. Te atrae,
te provoca, te seduce, y cuando te aproximas a ella te
dice: ¡no!
Es una cuestión de simple lógica. Si
la mujer dice sí, la reduces a
un mecanismo, para utilizarla. Y a nadie le gusta ser utilizado. Es el otro
lado de la misma política de poder. El poder significa la capacidad para
utilizar al otro, y cuando alguien te utiliza desaparece tu poder, quedas reducido a la impotencia.
Ninguna mujer quiere que la
utilicen, y es lo que lleváis haciendo desde
hace siglos. El amor se ha convertido en algo feo. Debería ser esplendoroso, pero no lo es, porque el hombre
utiliza a la mujer y a la mujer le molesta y se resiste a ello,
naturalmente. No quiere verse reducida a un producto.
Por eso vemos a los maridos moviendo la cola como
perritos alrededor de sus esposas y a sus
esposas con la actitud de estar por encima de todas estas tonterías, como de
«soy mejor que tú». Las mujeres
simulan que no les interesa el sexo, eso tan feo. Están tan interesadas como los hombres, pero el problema es
que no pueden demostrarlo, porque si
lo hacen, los hombres las reducen inmediatamente a la impotencia,
empiezan a utilizarlas.
Por eso les interesan otras cosas,
como atraer a los hombres y después renegar de ellos. En eso consiste el júbilo
del poder. Tirar de ti —como si estuvieras sujeto por cordeles, como una
marioneta—, y después decirte que no, reducirte a una impotencia absoluta. Y
tú, mientras tanto, agitando la cola como un perrito, mientras la mujer se divierte.
Es una situación muy desagradable, y
no debería seguir así. Es feo
y desagradable porque se ha reducido el amor a la política de poder. Hay que cambiarlo. Tenemos que
crear una nueva humanidad, y
un mundo nuevo, en el que el amor no sea en absoluto un asunto de poder. Al menos hemos de
apartar el amor de las garras de la política del poder; podemos dejar el
dinero, la política, todo, pero hemos de
sacar el amor de ahí.
El amor es algo inmensamente
valioso; no lo convirtáis en un producto de mercado. Pero eso es lo que ha ocurrido.
UN RECLUTA ACABABA DE LLEGAR A UN PUESTO DE LA LEGIÓN
EXTRANJERA EN EL DESIERTO. Le preguntó al cabo qué hacían los hombres en su
tiempo libre.
El cabo sonrió muy expresivo y
dijo:
—Ya verás.
El joven se quedó confuso.
—Pero hay más de cien hombres en
esta base y no veo ni a una sola mujer.
—Ya verás —repitió el cabo.
Aquella tarde llevaron trescientos
camellos al corral. Obedeciendo
a una señal, los hombres parecieron enloquecer. Saltaron al corral y empezaron a hacer el amor
con los animales.
El nuevo recluta vio al cabo
pasando a toda prisa a su lado y lo agarró por
el brazo.
—Ya entiendo a qué se refiere, pero
sigo sin comprender nada —dijo—. Debe de
haber trescientos camellos y nosotros solo somos cien. ¿Por qué ha salido todo
el mundo corriendo? ¿No se lo pueden tomar con más calma?
—¿Cómo? —dijo el cabo, perplejo—.
¿Y tener que bailar con la más fea?
NADIE QUIERE QUEDARSE CON LO FEO, AUNQUE SEA UN CAMELLO,
POR NO HABLAR DE UNA MUJER FEA. La mujer intenta por todos
los medios ser guapa, o al menos
parecer guapa. Y una vez atrapado en sus encantos, la mujer empieza a
escapar del hombre, porque en eso consiste el juego. Si tú empiezas a escapar
de ella, ella se acercará a ti, empezará a perseguirte. En el momento en que tú
empiezas a perseguirla, ella empieza a
escapar. ¡Así es el juego! No es amor, es
algo inhumano, pero es lo que ocurre y lo que lleva ocurriendo desde
hace siglos.
Hay que andarse con cuidado. Toda
persona tiene una tremenda dignidad,
y nadie puede quedar reducido a un producto, a un objeto. Respetad a los
hombres, respetad a las mujeres, porque ambos son
divinos.
Y olvidaos de la vieja idea de que es el hombre quien le
hace el amor a la mujer: es una estupidez.
Parece como si el hombre fuera el ejecutor y la mujer estuviera ahí para
que le hicieran algo. Incluso en el lenguaje, a veces se presenta al hombre
como quien hace el amor, como el que actúa, mientras que la mujer solo está ahí como receptora pasiva. No es cierto. Ambos se
hacen el amor mutuamente, ambos son
ejecutores, ambos participan, y la mujer a su manera. La receptividad es
su forma de participar, pero participa tanto como el hombre.
Y que no crea el hombre que solo él
le hace algo a la mujer; también
ella le hace algo al hombre. Ambos hacen algo inmensamente valioso. Se ofrecen el uno al otro,
comparten sus energías. Ambos os
ofrecéis en el templo del amor, en el templo del dios del amor. Es el dios del amor quien os posee a
los dos, en un momento sagrado. Camináis por
terreno sagrado. Y después, la conducta de las personas tendrá un carácter
completamente distinto.
Es bueno ser bello, pero feo
intentar aparecer bello. Es bueno ser atractivo, pero feo ingeniárselas para resultar atractivo, porque es pura astucia. Las personas son bellas por naturaleza.
No hay que recurrir al maquillaje. El maquillaje es feo, y solo contribuye a
afear aún más. La belleza está en la sencillez, en la inocencia, en la naturalidad y la espontaneidad. Y si eres bello,
no utilices tu belleza como arma de poder: es una profanación de la belleza, un
sacrilegio.
La belleza es un don de Dios. Compártela,
pero no la utilices para
dominar, para poseer a otro. Y tu amor se convertirá en oración, y tu belleza en una ofrenda a Dios.
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